jueves, octubre 16, 2008

En Argentina me reecontré contigo: marinerita del Perú

EL VIAJE DE LA MARINERA

Cuando visité la ciudad argentina de Córdoba, me di con la gran sorpresa de que algunas danzas peruanas tenían gran aceptación por los argentinos.
En la "Casita del arte afro aborigen El KILOMBO", centro cultural de mi amigo afroperuano Marco Esqueche, unos CDS de la Ayllon, del Picaflor del los ANdes y Susana Baca, fueron suficientes para armar tremenda jarana de fin de año. La mayoría de invitados fueron argentinos, sólo 3 éramos peruanos, pero en el 80% de la noche todos disfrutamos de la jarana criolla y la alegría de nuestros ritmos peruanos. En aquella noche, los cuerpos desenfrenados de cordobeses y cordobesas se dejaron llevar al son del cajón, la guitarra, las quenas y los tambores; nunca había disfrutado la música peruana de esa manera, en otro país y con personas totalmente diferentes a mí y a mi cultura. Aquellas personas valoraban la música peruana y conversando descrubrí que en Argentina se había desatado, ya de hace algún tiempo atrás, el boom de la música peruana, y sobre todo de nuestra peruanísima, aunque a veces elitista, MARINERA NORTEÑA. Tal afición la contrasté, ridículamente, cuando una bailarina de danzas argentinas tradicionales, me pidió que le mostrara algunos pasos de marinera, tal fue el roche que hice cuando al bailar, mi improvisación frente a su silencio denotaba todo: ambas, ella y yo sabíamos que YO no sabía absolutamente nada de marinera norteña.
¿? Cómo no iba a saber bailar marinera una muchacha que cuando pequeña atisaba cualquier tela para fungir de bailarina aficionada?
Aquella tarde después del bochornoso momento, viajé mentalmente 18 años atrás. Mis recuerdos me mostraban muchas sensaciones y objetos del pasado, entre ellos en viejo y raído poncho de lana que me servía de falda cada vez que mi padre tocaba en la vieja radiola la tradicional CONCHEPERLA. Me veía bailando con la soltura y confianza de una chiquicampeona que baila hasta el punto de mostrarse a la sociedad de la calle 3, dejando la puerta de par en par.
¿QUé pasó con aquella chiqui campeona? La pregunta me seguí pesiguiendo, y el no poder hallar la respuesta sumó una frustración más a mi vida.


Cuando hice aquel viaje a Argentina, tenía veintitrés años, y desde aquel ridículo del supuesto baile, me propuse volver a Lima para aprender a bailar, y alejar mi frustración para sumar mis aprendizajes.
Ya han pasado dos años desde que me inscribí en una academia de marinera, de la vuelta de mi casa,, y desde aquel momento no he cesado en mi preparación. Ahora estoy cumpliendo un sueño, pero conocer la marinera de fondo, también me ha traído otras penas, como el hecho de conocer la descarnada industria que se teje alrededor de una tradición de barrio y de campo. He atravesado por asimilar el entrenamiento diario como parte de mi rutina cotidiana, observo cómo niños y jóvenes gastan o "invierten" en maestros particulares para prepararlos como CAMPEONES, a veces no bailo en concursos por la impotencia de no tener para alquilar un vestuario de mi agrado, pasar días con los nudillos rebanados por el repiqueteo, sentir la presión de algunos maestros que ven la marinera más como un aprendizaje para el espectáculo que como una costumbre digerible y accesible.

EXTRAÑO LA MARINERA DE MI INFANCIA, aquella que no tenía sello de ACADEMIA ni de MAESTRO, esa costumbre que no me hacía pensar más que en mi disfrute personal, y que me envolvía con su viento cuando sentía el vuelo de la falda de lana y el repiqueteo de mis pies torpes al ritmo de la Concheperla. Haré todo para sentir la marinera como aquella niña de cinco años, que dejaba la puerta de par en par...

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